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6 consejos para elegir un buen calzado infantil

  • El calzado debe ser de la talla adecuada: lo mejor es medir el pie y el interior del zapato. La forma más fácil de valorarlo es extrayendo la plantilla interior que llevan la mayoría de zapatos en la que está dibujada la parte posterior del pie y una marca del lugar donde deben terminar los dedos.
  • Es conveniente proteger la parte de los maléolos (huesos laterales del tobillo) pero con una protección suficientemente flexible: esto permitirá el movimiento completo de la articulación del tobillo sin limitar la movilidad del pie y su desarrollo natural.
  • Flexibilidad en la zona de dedos: el zapato tiene que proteger al pie, no comprimirlo. Debe ser suficientemente ancho por delante para permitir a los dedos abrirse y moverse con libertad. La protección de puntera solo se aconseja en los preandantes debido al gateo.
  • El zapato tiene que ser de material natural (piel, algodón, etc.) y facilitar la transpiración: es importante, además, palpar el calzado por dentro, sobre todo en el talón, para asegurar que no tiene ninguna costura que pueda dañar el pie.
  • La suela no debe ser demasiado fina sino tener cierto grosor y ser antideslizante y tampoco debe ser ni muy rígida ni demasiado flexible, lo más recomendable es una suela de goma con la misma flexibilidad natural del pie. La horma debe ser recta, de modo que cuando miremos los zapatos, la forma de la suela no debe hacer curva hacia dentro del pie porque podría alterar la marcha y crear deformidades. Es la forma de favorecer el equilibrio y salvaguardar las piernas y la espalda. No deben llevar tacón porque altera la longitud normal de la musculatura posterior, altera el centro de gravedad y la postura: los zapatos de los niños deben ser totalmente planos.
  • Es importante que tengan algún medio de sujeción: los cordones (o velcro, en su defecto) son necesarios para sujetar bien el pie y evitar movimientos excesivos adelante y atrás o lateralizados. Las chanclas, zuecos, mocasines o bailarinas no son recomendables porque la percepción de que el zapato se sale a cada paso obliga a los dedos a hacer un trabajo extra de ‘agarre’ y evita que el pie quede correctamente sujeto.

 

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